Hace un tiempo viví en uno de los países más seguros del mundo y hubo un hecho que me llamó la atención. Había una señal de tránsito que cada cierto tiempo resultaba un poco dañada por los carros que giraban a la derecha. Lo que me impresionó es que siempre a los 2 o 3 días la señal ya había sido reemplazada por una nueva.
Resulta que hay una estrategia para combatir el crimen a partir de solucionar esos problemas menores que se llama: la teoría de las ventanas rotas. En 1969 un profesor en Estados Unidos hizo un experimento: dejó dos autos idénticos en dos zonas diferentes; uno lo dejó en el Bronx en Nueva York, un barrio peligroso en esa época; y otro lo dejó en Palo Alto, un barrio rico de California. Pasaron unas horas y el auto del Bronx ya le habían desmantelado sus partes valiosas mientras que el de Palo Alto seguía intacto. Hasta aquí todo parece predecible pero uno de los investigadores rompió una ventana del auto en Palo Alto y a los días había pasado lo mismo que con el del Bronx. Le habían robado motor, llantas, espejos, todo. La conclusión a la que llegó el estudio es que un vidrio roto en un auto abandonado transmite la idea de desinterés y ausencia de la ley y esto conlleva a crímenes mayores. Porque si a nadie le importa un delito menor, ese lugar es más proclive a que sea ocupado por delincuentes a cometer delitos mayores. Por ejemplo, cuando alguien deja una bolsa de basura en cierto lugar, da la idea a otra persona puede hacer lo mismo. Se acumula basura y el deterioro de ese lugar le deja saber a los delincuentes que allí no hay autoridad y es menos probable de ser atrapados. Lo mismo pasa con una propiedad abandonada, con parques y espacios públicos.
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Esta teoría fue aplicada en Nueva York por el autor del libro “Ventanas Rotas” quien fue contratado por la ciudad. El metro era uno de los lugares más peligrosos de la ciudad y se comenzó por limpiar uno por uno los vagones y las estaciones. Luego, con el programa “tolerancia cero”, se buscó que la policía fuera más estricta con las evasiones de pasaje del metro y con los que bebían y orinaban en espacios públicos. El resultado: Nueva York dejó de ser la ciudad peligrosa de hace 3 décadas.
